
Otra vez volvemos a la producencia.
A ser prudentes no vayamos a lastimar emocionalmente a una persona si decimos lo que pensamos..
A ser prudentes no diciendo nuestras emociones no vayamos a perder la oportunidad de estar con la chica que nos gusta.
A ser prudentes no diciendo lo que pensamos dentro de la empresa no vayan a despedirnos…
A ser prudentes con nosotros mismos… no vayamos a ser felices.
Oir la palabra prudencia, se nos apreta el culo.
Pensamos que algo nos va a pasar, por lo tanto tenemos que ser prudentes, no vayamos a cagarla, no vayamos a liarla.
Y por no liarla o eso creemos o nos han hecho creer, nos hacemos lo que realmente sentimos que querríamos y deberíamos hacer.
Nos pasamos la vida en modo «prudencia» y luego vienen los lamentos.
Lamentos porqué nos dimos cuenta que si hubiéramos quitado el «freno de mano» en nuestra vida personal o profesional, otras cosas hubieran ocurrido o vivido que realmente deseamos.
Cohibimos nuestros deseos.
Nos han hecho creer que desear es de mal cristiano.
Que el deseo es de egoístas, de personas que solo piensan por si mismo dejando de lado a los demás. Pero la experiencia me dice, que cuando más prudente eres, más oportunidades pierdes.
La oportunidad de conocerte, de saber qué puedes hacer, de tu felicidad, de descubrir tus talentos….. La prudencia no es la vacuna contra el fracaso. Es la vacuna contra la originalidad, la excelencia y la creatividad.
La prudencia es el peor virus que uno mismo se puede inocular. ¿Y entonces por qué lo haces?
Porqué tenemos miedo de nosotros mismos. Por prudencia no queremos saber de qué estamos hechos, de qué somos capaces, de nuestra paz o felicidad…
Pero eso si, buscamos la felicidad pero con el «freno de mano» puesto, con prudencia.