Queremos excelencia a precio de mediocridad.
En un mundo que reverbera con los ecos del talento, la creatividad y la excelencia, nos encontramos atrapados en un paradójico dilema: clamamos por la excelencia, pero esperamos pagar por ella como si fuera mediocridad.
Pero no solamente en el mundo empresarial, en el mundo personal también ocurre igual. Queremos excelencia en nuestras relaciones. Queremos que sean de verdad, autenticas, que haya transparencia, que recibamos sin parar, que nos sintamos queridos, que nos sorprendan…¿Pero qué damos nosotros a cambio? Poco o nada.
Exigimos mucho pero damos poco.
Esta contradicción flagrante socava los fundamentos mismos de la creatividad, el talento y el progreso como sociedad y la apuesta por el ser humano. En lugar de valorar verdaderamente el esfuerzo y la habilidad y/o habilidades que todos tenemos , tendemos a infravalorarlos en los demás pero siempre ponerlas en primer lugar, las nuestras , lo que conduce a una cultura de frustración (¿Cuántas veces nos preguntamos ¿por qué nadie quiere pagar lo que valgo? o Si soy una buena persona, ¿Qué hago mal en mis relaciones? ) y desencanto entre aquellos que se esfuerzan por destacar en un mar de conformidad y orillas de mediocridad, que es en la actualidad este lugar llamado mundo.
La narrativa que inunda redes sociales y librerías nos insta constantemente a aspirar a la grandeza, a perseguir nuestros sueños, a ser más felices que el vecino y a alcanzar nuevas alturas. Nos bombardean con mensajes sobre la importancia de la creatividad, la verdad y el talento. Sin embargo, cuando se trata de recompensar verdaderamente estos atributos, nos quedamos cortos, más bien escasos. tanto económica como emocionalmente. Queremos productos y servicios de calidad excepcional, personas transparentes que no nos hagan daño y que nos cuiden como creemos que nos merecemos, pero estamos poco dispuestos a pagar el precio justo por ellos. Este fenómeno se manifiesta en todos los ámbitos de la sociedad, desde el mundo empresarial hasta el arte, la educación y en nuestras relaciones diarias.
En el ámbito empresarial, por ejemplo, las empresas exigen constantemente a sus empleados que superen expectativas, que piensen fuera de la caja (¡Dentro de la caja también está la solución!) y que impulsen el desarrollo de la empresa. Sin embargo, a menudo estas mismas empresas restringen los presupuestos destinados a la formación y el desarrollo, recortan los incentivos y beneficios, y mantienen salarios bajos que no reflejan el verdadero valor del trabajo de sus empleados. Esta desconexión entre las expectativas y las recompensas llevan a una sensación de desilusión y desmotivación entre los trabajadores más talentosos. Algo que no se salva con una conferencia motivacional o con un viernes de pizzas, te lo aseguro.
En el mundo del arte y la cultura, vemos un fenómeno similar. Se espera que los artistas y creadores produzcan obras innovadoras y emocionantes, que desafíen las convenciones y provoquen reflexión que para eso han estudiado. Sin embargo, el mercado a menudo subvalora su trabajo, exigiendo que trabajen de forma gratuita en nombre de la «exposición» o hacer unas «prácticas» en el restaurante que a día de hoy está de moda y estará muy bien que lo pongas en tu CV, sin retribución alguna. Esta falta de reconocimiento económico puede hacer que muchos talentos prometedores abandonen sus aspiraciones artísticas en favor de carreras más convencionales y estables.
La educación es otro campo donde esta dicotomía entre la excelencia y la mediocridad es evidente. Se nos dice que la educación es la clave para el futuro, que debemos invertir en el desarrollo de mentes brillantes y talentosas. Sin embargo, los sistemas educativos ¿de verdad quiere un gobierno tener a gente creativa, empoderada y talentosa en su sociedad? Porqué ya tengo años y no hay cambios, siempre el mismo patrón y la misma filosofía de educación, repetir como cacatúas pensando que así nos irá bien en el mercado laboral y solo lo que produce es repetir más y más mediocridad . Esto no solo afecta la calidad de la educación que reciben los estudiantes, sino que también desanima a muchos educadores comprometidos y talentosos que ven cómo su trabajo no es adecuadamente valorado ni recompensado.
Entonces, ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Por qué clamamos por la excelencia pero nos resistimos a pagar por ella? Una explicación posible radica en nuestra mentalidad de consumo instantáneo y nuestra aversión al riesgo. En una sociedad obsesionada con la gratificación instantánea, tendemos a buscar soluciones rápidas y económicas, incluso si eso significa comprometer la calidad. Además, el miedo al fracaso y la incertidumbre nos lleva a buscar lo familiar y lo seguro, en lugar de arriesgarnos en la búsqueda de la verdadera excelencia.
Otra explicación podría ser el papel del poder y la desigualdad en la sociedad. Aquellos en posiciones de poder a menudo tienen interés en mantener el status quo, beneficiándose de un sistema que subvalora el trabajo y el talento de otros. Por mucho que digamos de agilidad, flexibilidad y todo lo que tú quieras, cuando estamos en el poder, solo queremos seguridad y que nadie nos quite lo alcanzado. Esta dinámica de poder puede perpetuar un ciclo de explotación y manipulación, donde los menos privilegiados son obligados a aceptar condiciones injustas en aras de la supervivencia económica.
Independientemente de las razones detrás de este fenómeno, es evidente que debemos abordar esta contradicción fundamental si queremos construir una sociedad verdaderamente justa y próspera, si es verdad en lo que repetimos sin parar por megáfonos y medios de comunicación. Esto implica un cambio de mentalidad tanto a nivel individual como colectivo. Necesitamos reconocer y valorar el trabajo y el talento de manera justa y equitativa. Esto significa pagar salarios dignos, ofrecer oportunidades de desarrollo y crecimiento, y crear un entorno que fomente la creatividad y la innovación.
También necesitamos cuestionar y desafiar las estructuras de poder y desigualdad que perpetúan esta cultura de subvaloración y explotación. Porqué en tu tarjeta de presentación ponga que tengas un titulo impresionante y en inglés, significa que ¿sabes más que yo? ¿Qué puedes dictaminar mi futuro por qué tienes miedo a que te robe tu puesto de trabajo? o ¿A que no te gustaría que te lo hicieran a ti? y entonces ¿Por qué lo haces tú?
Reconocer y valorar la excelencia a su justo precio emocional y económico no solo beneficia a aquellos que la poseen, sino que enriquece a toda la sociedad. Cuando invertimos en el talento y la creatividad de los demás , estamos invirtiendo en nuestro propio futuro colectivo. Solo entonces podremos liberar todo el potencial humano y alcanzar nuevas alturas de logro y desarrollo personal .
Es hora de dejar de querer excelencia a precio de mediocridad y empezar a pagar el precio justo por el talento, el esfuerzo y la humanidad que tanto valoramos.